En cuanto a arranques de novela legendarios está el sorprendente inicio con el que Robert Musil pone en marcha la maquinaria de su inconclusa narración El hombre sin atributos. En el comienzo de lo que será un relato en cuatro tomos (en la edición española de Seix-Barral), Musil ironiza sobre los laberintos del lenguaje y sobre las diferentes formas en que podemos describir una realidad tan prosaica como un hermoso día de agosto del año 1913:
"Sobre el Atlántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección este, frente a un máximo estacionado sobre Rusia; de momento no mostraba tendencia a esquivarlo desplazándose hacia el norte. Los isotermos y los isóteros cumplían su deber. La temperatura del aire estaba en relación con la temperatura media anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. La salida y la puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, Venus, del anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los anuarios astronómicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913"
(traducción del alemán original de José M. Sáenz para la edición española de Seix-Barral de El hombre sin atributos, Barcelona, 1986).
Y es que incluso la aséptica meteorología puede tener, en manos de una mente como la de Musil, su poesía.
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