Firmin, de
Sam Savage, ha sido uno de los grandes obsequios que la literatura nos brindó el pasado año. La historia del entrañable roedor que vive en el sótano de una librería de Boston es un sentido tributo a las letras de un tipo como Savage, él mismo un estrafalario ratón de biblioteca que solo ha publicado esta novela y que se empeña en vivir al margen del frívolo mundillo editorial. Una de las atractivas propuestas del libro es, precisamente, su arranque, en el que reflexiona sobre los grandes comienzos de la literatura universal:
"Siempre imaginé que la crónica de mi vida, si acaso alguna vez llegaba a escribirla, tendría una primera frase excelente: algo lírico, como
, de Nabokov; y, si no me salía nada lírico, algo arrollador, como , de Tolstói. La gente recuerda estas palabras incluso cuando ya ha olvidado todo lo demás que hay en el libro. En lo tocante a frases de apertura, la mejor, a mi modo de ver, es el comienzo de El buen soldado, de Ford Madox Ford: . Docenas de veces lo habré leído, y sigue dejándome patidifuso. Ford Madox Ford era uno de los Grandes"
(traducción de Ramón Buenaventura para la edición española de Seix-Barral).
Habrá que admitir que el ratón Firmin, que es quien habla en esa apertura de la narración de Savage, tiene buen gusto. En sucesivas entregas recogeré algunos extraordinarios inicios de la literatura universal. Para hacer boca aquí va el de Moby Dick (traducción de Enrique Pezzoni para la edición de Debate del 2001):
"Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años -no importa cuántos, exactamente-, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé en darme al mar y ver la parte líquida del mundo".
Insuperable el giro "la parte líquida del mundo". Y es que, como diría Firmin, Herman Melville era uno de los Grandes. De los más Grandes.
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