Como bien saben los corredores de San Fermín, un periódico no sólo sirve para leer. Enrollado y empuñado convenientemente puede ser utilizado, entre otras cosas, para zoscarle en las cachas al astado y enderezar su carrera hacia el coso pamplonica. La estrategia de usar la prensa escrita para zurrar al enemigo no es algo novedoso. Lo que sí resulta inquietante es que, en los últimos tiempos, los llamados diarios de tirada nacional (alguno de los cuales, por cierto, tiene menos tirada que otros etiquetados como regionales) se han contagiado de un virus que, hasta la fecha, solo era propio del periodismo deportivo: el forofismo. Estamos ya acostumbrados a que esas cabeceras, como el Marca, el As o los barceloneses Sport y Mundo Deportivo se dediquen a contar a sus lectores no la verdad de los hechos, sino exactamente lo que los aficionados del Madrid o el Barça quieren leer: que su equipo es el mejor del planeta, pase lo que pase sobre el césped. No hablemos ya de los diarios que son propiedad total o parcial de los clubes de los que hacen apología, como el coruñés Depor Sport, donde, obviamente, jamás aparecerá la mínima crítica a directivos o jugadores de la sociedad anómina deportiva propietaria del rotativo. En las radios también es ya habitual que los locutores o predicadores de las ondas pasen de informar y se entreguen, sin mayores rodeos, a agitar, a izquierda y derecha, las conciencias de sus sufridos oyentes, queya no esperan que les cuenten lo que pasa en el mundo, sino simplemente lo que quiern oír: que Zapatero es un rojo echado al monte que se está cargando España o que Rajoy es un peligroso extremista con el que las tropas de Franco volverán a desfilar por la Gran Vía madrileña. Otro tanto ocurre en las tertulias televisivas, donde los invitados se dividen (salvo honrosas y muy escasas excepciones) en dos bandos claramente afines a PSOE y PP, que repiten mecánicamente los argumentos pergeñados por los gurús de Ferraz y Génova.
Pero el concepto, que como diría Manquiña es lo más importante, se ha extendido a la llamada prensa seria. El País, El Mundo o La Razón lo demostraron el día después del tan analizado debate televisivo entre Zapatero y Rajoy. Cada uno sentenció que había ganado el suyo, porque eso, y no otra cosa, era lo que querían ver sus lectores en la portada del diario. ¿Dónde quedan la objetividad, el análisis razonado de los hechos y la sana crítica de la prensa al poder establecido?
La estampa se parecía a la de la noche electoral cuando, a pesar de la contundencia de los datos númericos y objetivos que arrojan cada cuatro años las urnas, todos, absolutamente todos los partidos, aseguran haber ganado los comicios, cuando, como es evidente, solo uno ha podido alzarse con el triunfo.
Lo dicho, el forofismo se puede cargar ese viejo y noble oficio antiguamente llamado periodismo, que tal vez haya encontrado un escondrijo en la blogosfera.
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