Ortega, ese tipo del poco o casi nada se ha aprendido en la España de OT y demás zarandajas televisivas, arremetía con frecuencia contra el lugarcomunismo, que era como llamaba con ironía a ese empeño por retratar cualquier realidad, por compleja que esta fuera, con una batería de tópicos, sambenitos, etiquetas, obviedades y, en suma, lugares comunes. Cuando un gigante como Charlton Heston se muere lo fácil, claro, es despacharlo con un par de topicazos: un facha agarrado a un fusil, el coñazo de Moisés en Los diez mandamientos y listo. Para qué vamos a exprimir más la mollera, con el trabajo que cuesta. Aparecieron, por supuesto los lugarcomunistas, los que no saben que un año antes de encarnar a Judá Ben-Hur (1959), papel por que obtuvo su único Oscar, Heston se jugó los cuartos y el prestigio convenciendo a los gurús de la Paramount para que financiasen una obra maestra del celuloide de todos los tiempos: Sed de mal. A esas alturas los productores no querían poner un duro en los largometrajes del gran Orson Welles, cuyos rodajes se perpetuaban, disparando los presupuestos, y cuyos montajes eran ya una leyenda en Hollywood por las eternas disputas de Welles con los tipos que se gastaban el parné. Heston se la jugó y convenció a los turras del parné. Incluso se atrevió a protagonizar la cinta, en el papel del policía mexicano Mike Vargas, junto al orondo Welles. Otro tanto hizo más tarde con Sam Peckinpah. Pero ninguna de estas sutilezas apareció en las necrológicas de los lugarcomunistas, que lo tenían fácil con los topicazos. Para qué se van a gastar las neuronas si podemos agarrarnos a un rifle.
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